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EL ROSARIO ES LA ORACIÓN MARIANA DEL DISCÍPULO QUE NOS INVITA A ANUNCIAR A JESUCRISTO

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Written by Admin

 
















A los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos:


El Santo Padre nos exhortó recientemente al comenzar el mes de octubre a rezar el Rosario. Esta invitación nos llega especialmente a nosotros, fieles de la Arquidiócesis que lleva el nombre de la Virgen bajo la advocación del Santo Rosario; y que nos recuerda permanentemente esta forma de oración tan querida por la Madre de Dios.
El Rosario es una oración de contemplación de la vida de Jesús, a lo largo del itinerario de la salvación, recordando y meditando los misterios de alegría, de luz, de dolor y de gloria.

El Rosario, una fuente de verdadera paz.

La reciente exhortación del Papa Benedicto XVI al comenzar el mes de octubre, a rezar el Rosario junto con los fieles, como lo hacía también con fervor su predecesor Juan Pablo II, es un estímulo para todos nosotros; ante todo para el Obispo, que tiene el compromiso de ofrecerlo diariamente por su diócesis y por sus fieles; para los sacerdotes, al rezarlo, por ejemplo, con la comunidad parroquial los días sábados por la tarde; para los religiosos y religiosas a rezarlo en sus comunidades y también en forma personal. Lo es  seguramente también para todos los fieles laicos, que pueden encontrar en el Rosario una pausa en su vida ajetreada y una fuente de verdadera paz para cada uno y para la familia.
Asimismo, al ir al encuentro de nuestras necesidades, la Santísima Virgen intercede por nosotros.  Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones y sufrimientos. Se pone "en medio", o sea se hace mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de verdadera madre, consciente de que como tal puede -mas bien "tiene el derecho de"- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres" (Juan Pablo II,  Madre del Redentor, nº 21).
Podemos decir que esta valiosa oración tiene un mensaje siempre nuevo, porque proviene del Evangelio; contando con la ayuda de María, que lo vivió y lo conoció antes que nosotros.

El Rosario se nutre de la Palabra de Dios

El Rosario a través de sus misterios, se nutre de la Palabra de Dios, y no puede prescindir de ella, invitándonos como discípulos suyos a seguir a Jesús; y por esto, nos motiva también a quienes lo rezamos, a darle una respuesta fiel.
Todo el Rosario está relacionado con la Sagrada Escritura. Ante todo, la enunciación de cada misterio, hecha preferentemente, como se hace actualmente, con palabras tomadas de la Biblia. Después sigue el padrenuestro: que rezamos al comenzar la oración que nos enseñó Jesús. Luego sigue el avemaría: la primera parte, tomada también del Evangelio, nos hace volver a escuchar las palabras con que Dios se dirigió a la Virgen en la anunciación, y al final, con las palabras de bendición de su prima Isabel. La segunda parte del avemaría resuena como la respuesta de los hijos que, que se dirigen a su Madre (cfr. Benedicto XVI, Pompeya 19.X.2008). Y cada misterio culmina con el gloria.

Los misterios del Rosario son un punto de referencia permanente  de nuestra vida en Cristo.

Dado que el Rosario nos muestra que Jesús es el centro de la salvación, podemos verlo como una ayuda permanente de nuestro ser cristianos, y un llamado a imitarlo.
En este sentido, al rezarlo se transforma en un punto de referencia de nuestra vida, ya que viéndola a la luz de sus misterios, nos invita a examinar nuestra conciencia, con el compromiso responsable de traducir sus líneas fundamentales en una permanente conversión.
Así por ejemplo, me pregunto: ¿quién al contemplar la Anunciación del ángel,  en los misterios gozosos, puede dejar de pensar en la encarnación del Verbo hecho carne en el seno virginal de María; y por ello mismo meditar en el misterio de la Vida misma, y  en la salvación que recibimos de Cristo?  ¿Quién no piensa también en la vida en el seno materno de tantos niños que van a nacer, y  en el don de la niñez, que el Señor protege profundamente y nos encomienda hacerlo a nosotros?.
¿Cómo no meditar en la amenaza de tantas otras vidas de niños que no nacerán, menospreciados como si no fueran seres humanos; o en la de aquellos ya nacidos y abandonados en la calle?
Entre los misterios de luz sobresale, la institución de la Eucaristía, en la cual Jesucristo se hace para nosotros el pan vivo bajado del cielo, y nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, amándonos « hasta el extremo » (Jn13, 1), y ofreciéndose en sacrificio por nosotros. ¿Acaso este misterio no nos hizo meditar más de una vez que es necesario adorar más al Señor presente en la Eucaristía? ¿O también en la necesidad que tenemos de este Sacramento y las dificultades que surgen en tantos lugares por la escasez de sacerdotes, hacen más grande la urgencia de fomentar las vocaciones sacerdotales? ( cfr. Jornada misionera mundial, 2004,3; Ecclesia in America,  nº 35)

Al contemplar los misterios dolorosos, comprendemos que nos llevan a revivir la muerte de Jesús poniéndonos junto a María al pie de la cruz, para contemplar con Ella el amor de Dios por el hombre y sentir la fuerza de la redención.
¿Quién no piensa entonces en las pruebas que sufre hoy la Iglesia, sus sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos para ser fieles a Cristo? En la Iglesia que quiere ser acallada, a fin de que no predique con libertad el Evangelio de Jesucristo? Basta meditar la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, para comprender un poco más nuestro camino.

Por esto nosotros, los creyentes, como María, no debemos sucumbir en la fe; porque Ella está siempre presente maternalmente en la «dura batalla contra el poder de las tinieblas» que se desarrolla a lo largo de la historia humana (cfr. Madre del Redentor, n º 47). 
Los misterios gloriosos nos permiten hacer viva la esperanza cristiana, contemplando después de la  Pasión, la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. También la Santísima Virgen, elevada al cielo en la Asunción, anticipa el destino de los elegidos, y con su gloriosa coronación aparece como la Reina de los Ángeles y de los Santos, que nos aguarda en el cielo.
De esta manera el Rosario, como nos enseña Juan Pablo II, “marca el ritmo de la vida humana”, para armonizarla con el ritmo de la vida divina. Desde la Encarnación hasta la Cruz y en la gloria de la Resurrección, contemplamos la participación íntima de María en los misterios de Cristo y así también en nuestra vida, entretejida de momentos de alegría y tristeza, de sombras y luces, de contrariedades y esperanzas.  Por ello la gracia colma nuestros corazones, suscitando al rezarlo el deseo de un cambio de vida (cfr. Benedicto XVI, Fátima 12.V.2010).

El Rosario nos impulsa a descubrir la vocación misionera  

Si rezar el Rosario nos ayuda a vivir como cristianos y discípulos de Jesús, también nos impulsa a descubrir por María la vocación misionera. Justamente, al profundizar en la vida de Jesús, surge una y otra vez el llamado a vivir lo que rezamos; y por ello a anunciar su Reino y las obras de Dios.
La Iglesia, el día de Pentecostés toma conciencia de estas grandes obras, y desde entonces inicia también el camino de fe, su peregrinación a través de la historia, anunciando la salvación. Desde el comienzo de este camino está presente María (cfr. Madre del Redentor, nº 26).
De hecho, María estaba en el Cenáculo, donde los apóstoles se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu de la Verdad; en medio de ellos,  María «perseveraba en la oración» como «Madre de Jesús» (Hch 1, 13-14), o sea de Cristo crucificado y resucitado (cfr. ibídem).
Debemos recordar que todos en virtud del bautismo estamos llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio (Benedicto XVI, 13.V.2007, nº 3); sabiendo que todo bautizado recibe de Cristo el mandato de la misión “Id por todo el mundo, y proclamad la buena nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16, 15; cfr. ibídem)
También cuando salimos a misionar, contamos con la asistencia maternal de María; y por esta razón mirando a Jesús a través de María y teniendo la experiencia personal de la oración del Rosario, deseamos ser verdaderos misioneros de su Reino.                        
Por todo lo meditado, una vez más los invito a que durante el mes de octubre y a lo largo del año recemos el Rosario; se lo pido a todos, particularmente a los niños y a los jóvenes. Pidamos con confianza a la Santísima Virgen, a la que el pasado 7 de octubre una multitud de fieles, junto con los sacerdotes veneramos en su tradicional procesión, y en la Misa en la Plaza de la Coronación, celebrando su día como Patrona de la Arquidiócesis y de esta Ciudad que lleva su nombre, que sea  también nuestra esperanza y nuestra Madre del cielo.

Los saludo cordialmente y bendigo en Cristo.

+  José Luis Mollaghan
Arzobispo de Rosario